¿Y si cambiara nuestra forma de ver las cosas?

Sol Mira

Si pudiéramos ver la vida junior a través de los ojos de un niño, las cosas serían infinitamente distintas, porque no seríamos conscientes que el tiempo disfrutado es finito, que las alegrías van pasando, y los miedos, y las acampadas, y las risas en equipo, y cada paella “quemadita” realizada en equipo llegará un día en que ya no la probaremos. Que la inocencia es un bien que no dura para siempre. Que no ser consciente de que el tiempo pasa muy rápido es una ventaja para poder disfrutar con cada persona que te rodea de cada momento, sin importar nada más que reír y sonreír. Que las colas de la polera se hacen a empujones, ganándote con una sonrisa al premo que se encuentra en ese momento vendiendo chuches, contando monedas y haciendo virguerías por poder moverse en medio metro cuadrado. Que desayunar patatas fritas, buñuelos, un paquete de pipas y un polo salchicha no te quitará el hambre a la hora de comer. Que en un campamento el tiempo libre, el único que lo disfruta eres tú, y que la gente con la que compartes esos días, siempre queda grabada. Que un saco de dormir no cabe en su funda, nunca. Que dormir en una cama de 90 está sobrevalorado si lo cambiamos por poder compartir las noches con tu equipo. Que unos compañeros pasan a ser amigos con el paso de vivencias compartidas. Que una persona de diez años más que tú, puede convertirse también en tu amigo, y que sabrá cuidarte, conocerte, escucharte y enseñarte cada día que pase contigo.

Si viéramos la vida a través de un premo nos daríamos cuenta de que la amistad puede llegar en unos meses, incluso en días. Que la ilusión se contagia, que los momentos que están por llegar te los puedes imaginar, y que luego serán mucho mejores. Que nada de lo que recordabas cuando eras niño lo verás con los mismos ojos. Que parece que todo ha cambiado en los años en los que no has estado, que ha encogido, o tal vez tú te has hecho algo más mayor sin darte cuenta. Que las ganas de estar con un grupo de niños aumentan exponencialmente durante el mes de fallas, que te sientes un poco vacío al ver que todos menos tú pueden compartir su tiempo con su equipo.

A través de un educador veríamos que el tiempo pasado con tu equipo nunca es suficiente, que cuando todo ha acabado te das cuenta de la importancia de aprovechar cada segundo. Que la risa se contagia, y las lágrimas también, y no siempre son de tristeza. Que los amigos pasan a ser imprescindibles. Aprendí el significado del trabajo en equipo. Que cada esfuerzo dedicado cuenta, por mínimo que sea. Que no salir de un patio en un mes es lo más normal del mundo, que las bolsas de basura, el cartón y la goma eva tienen posibilidades infinitas. Que las horas de sueño antes de una actividad que te toca preparar están sobrevaloradas y que siempre son compensadas con sonrisas de los más pequeños y con trabajo bien hecho. Que los días compartidos de campamento al cabo de los años no los cambias por nada del mundo, y que un grupo de niños son capaces de hacerte muy feliz. Que el saco, que hacía unos años no cabía en su funda por nada del mundo, puede caber si diez niños se empeñan en que quepa, eso sí, todos a la vez.  Que los bocadillos de choped y de jamón york están sobrevalorados, y que donde haya pan duro con chocolate que se aparte todo lo demás. Que cambiarle la letra a una canción, puede convertirla en tu canción. Que doce días sean los más cansados, y a la vez los más felices del año, y que los esperas durante 353 días para que luego pasen demasiado rápido.

A través de un responsable nos daríamos cuenta que el tiempo pasa, el tiempo es finito, los momentos de disfrutar con tu equipo pasan a otras personas, y a ti te queda ver como disfrutan ellos. Que el tiempo de descanso en un campamento está sobrevalorado, que los niños comen mucho más de lo que te puedas imaginar. Aprendí que las cosas se pueden vivir de forma distinta, en tercera persona, que se puede disfrutar de ver a otros educadores rodear, cuidar y reír con su equipo. A ti te toca tomar una foto y esbozar una pequeña sonrisa viendo como el tiempo ha pasado demasiado deprisa, y pensar que hace ya muchos años que tú viviste aquellos mismos momentos con un grupo de niños. Que la vida junior pasa demasiado deprisa como para que podamos darnos cuenta mientras la estamos viviendo que todo ese tiempo ya no va a volver. Que somos privilegiados pudiendo compartir este lugar con cada una de las personas que nos rodean. Que cada día aprendemos de ellas, y que hay que cuidarlas para que se queden a tu lado.

Y a través de vosotros, creo que no cabe en un pequeño texto lo que he visto y aprendido. Hace cuatro años que os conocí, y no me imagino mi vida junior sin esta etapa junto a todos vosotros. He aprendido a mejorar cada día, a que llevar un grupo con vuestra ayuda siempre ha sido un poco más fácil, no os podéis imaginar lo que me habéis aportado en cada momento en el que hemos convivido.  A compartir alegrías, aunque seáis vosotros quienes las disfrutéis con vuestro equipo. A que cuando queréis sabéis ser un grupo de verdad. A no tener miedo a lo nuevo que iba viniendo. A echar de menos cada segundo pasado al patio de San José aunque se nos hicieran unas horas intempestivas. A volver cada sábado a colgarse una pañoleta y saber que te estarían esperando los tuyos como siempre. A sonreír, mucho, mucho rato, y con vosotros. A que este punto y seguido que la vida nos ha puesto como prueba no es un punto y final, mientras nosotros queramos que esto sea así. Puede que este no haya sido el final que esperábamos hace no más de un año, pero nada ni nadie nos podrá quitar el tiempo vivido y cada segundo que ha valido la pena compartir con vosotros. Siento que, si algún día ya no estáis aquí, habréis dejado un vacío muy importante en esta familia tan grande que formamos todos.

Después de todos estos años, estaremos más cansados, pero habremos ganado vida. Juntos, desde luego.